Sin discípulos en el desierto.
Con nuestro mecánico de confianza arreglamos todos nuestros males. Una simple consulta y ya sabe lo que nos hace falta: Cambio de aceite en el corazón hastiado de fracasos, bujías nuevas para generar chispeante fuerza vital, baterías para recordar día a día todo lo bueno que nos pone en funcionamiento, cables de embrague para cuando necesitemos acelerar o desacelerar la marcha…
Pero ahora estamos preocupados. Confiados en su sabiduría, le delegamos ciegamente nuestra vida, y no nos preocupamos por aprender.
Agotado y triste, su motor se está parando y no sabemos hacer nada para ayudarle.
Torcuato González Toval